Fuente: Aceprensa
La película Barbie, de Greta Gerwig, ha suscitado mucha discusión sobre el modelo de mujer que propone o la versión del feminismo que suscribe. El comentario de Elayne Allen, alumna de doctorado en Política en la Universidad de Notre Dame (EE.UU.), ve en ella una crítica sutil a la perfección transhumanista y un elogio de las mujeres reales.
Barbie es objeto de interpretaciones diversas y aun opuestas. “Unos toman la película –observa Allen– como una celebración de la maternidad millennial, mientras otros la ven como un desahogo de la angustia femenina, y hay quienes creen que es una llamada a las armas contra los hombres”.
A juicio de Allen, esas interpretaciones entienden Barbie demasiado literalmente y no captan sus capas más profundas de significado. Según ella, la película encierra una “sutil crítica del transhumanismo” por medio de Barbieland, “una sociedad de una feminidad deificada”, habitada por una “raza inmaculada de mujeres que dirigen todo”. Es el cumplimiento de la consigna “una chica puede ser lo que ella quiera”, el lema publicitario de la muñeca: en Barbieland, “las mujeres empoderadas pueden hacer cualquier cosa que decidan, sin dejar de ataviarse con todos los accesorios de la belleza femenina convencional”.
Pues “en Barbieland nadie tiene hijos ni padres, ni arrugas o celulitis” (aparece una sola barbie gestante, pero –como dicen de ella– “una muñeca embarazada es muy rara”). “Esa independencia de las limitaciones biológicas es lo que hace de Barbieland un exitoso matriarcado”, en el que “las mujeres no están condicionadas por liosas relaciones con los hombres ni ocupadas en criar niños”.
El país de las barbies viene a ser, entonces, la consecuencia de “un feminismo que aspira a empoderar a las mujeres (…) más allá de sus límites humanos naturales”. Frente a esa utopía, la película “apunta a un feminismo más humano, que aliente a las mujeres a aceptar, en vez de borrar, el envejecimiento, la mortalidad y la maternidad”.
Porque “un país de fiestas de chicas todas las noches, color rosa omnipresente y hombres bobos es una evasión divertida; pero a fin de cuentas, las mujeres quieren hombres humanos, no insulsas cáscaras de masculinidad”, y el paraíso de Barbieland es un decorado que exige renunciar a la propia humanidad. Por eso Barbie, la protagonista, tras conocer el mundo real, concluye que quiere ser humana.
“Ver madres, niños y familias acaba empujándola fuera del país de plástico. Barbie quiere formar parte de una familia, tener relaciones humanas y adoptar un cuerpo humano, pero Barbieland no puede satisfacer ninguno de esos deseos”.
Para Allen, la intuición más profunda de la película consiste en que da con la esencia del “feminismo popular”: “una alabanza de las mujeres tan incesante, que ya no nos sentimos cómodas siendo seres humanos normales, con imperfecciones, debilidades y fertilidad”. Una visión realista permite descubrir que “el cuerpo de la mujer, que lleva la posibilidad de albergar nueva vida y la promesa de la muerte futura, es causa de admiración y no un obstáculo que superar”.
“De manera sutil, Barbie idea un feminismo que acepta esos límites y muestra reverencia por la humanidad de las mujeres, a la vez que reclama de la sociedad un gran respeto para ellas”. Contra la “repulsiva fantasía de Barbieland”, la película muestra que “es bueno envejecer, ser ‘rara’, convertirse en madre, tener un trabajo monótono y aun pensar en la muerte. Esas cosas no tienen sitio en el glamur de Barbieland, pero son ingredientes de una vida sabia”.
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